Del 15 al 31 de enero
Ánima es una noción que proviene del latín que guarda una relación primordial con el trabajo de Nicolás Aguirre. Significa alma, viene de animare, palabra latina que quiere decir “dar vida”. También de allí viene animal porque en esa antigua noción, los animales eran definidos por su capacidad de locomoción o movimiento, a diferencia de las plantas que se entendían como sembradas al suelo. De cierta forma, es difícil imaginar una cultura que no haya asociado la vida al movimiento. Y el alma es una de las formas que toma la relación entre esos dos términos. En algún momento la relación entre alma y vida se perdió parcialmente cuando la iglesia católica tomó el término para sí y lo relacionó con el espíritu o la vida preterrenal (la vida antes de nacer, Abraham 3:23), creencias que pertenecen a otro registro. Aunque para la religiosidad cristiana el hombre tiene espíritu en la medida en que ha sido hecho a imagen y semejanza de dios, esa misma fe habla de alma para referirse a una criatura que respira o que vive.
Nicolás Aguirre (Quito, Ecuador 1991)
Chloe Viton (Lyon, Francia 1993)
En la obra de Nicolás, el alma es un motivo que repite y muta a través del performance, la instalación y la pintura. Repeticiones de formas orgánicas, que evocan caracoles gigantes o figuras cósmicas; contratos sobre la partición y el valor del alma; construcción cuidadosa de momias del presente; aparición por contraste del vacío de los cuerpos a través de radiografías y otras técnicas de imagen. Se trata de moverse con mucho cuidado alrededor de aquello que no se deja ver porque vive atrapado en la huella que se produce en la radiografía que muestra sus huesos, en posición ritual como los muertos andinos, en la diferencia que se produce entre cada pintura de la serie “Perpetual Soul Mutation”. En el vacío de la vasija o en el agujero de oscuridad que produce el neón, el alma aparece. No se trata de llenar nada, sino de cuidar ese vacío.
Como un gesto consecuente con esas apariciones, Aguirre establece una práctica ritual con cada una de las personas con las que trabaja para que interpreten sus ideas y se materialicen. Tejedores, carpinteros, albañiles, fundidores, artesanos elaboran una versión de sus obras que deja aparecer la diferencia entre el diseño de Aguirre y la materialización del proceso. En esa diferencia, que producen las manos que fabrican, aparece de nuevo el ánima. Ánima significa entonces: movimiento de manos alrededor de un misterio. Es en ese movimiento a través del rito del obraje y de la manualidad, en donde se encuentra con la obra de Chloé Vitton, es un juego a cuatro manos, a muchas manos.
La obra de Chloé está hecha de personajes de una mitología sobre el origen. Son elementos del “caldo primigenio”, una teoría científica nacida hace cien años en la que el encuentro de elementos químicos en una sopa primordial da lugar a una réplica de aparición de las primeras proteínas en la Tierra. Chloé desencadena una especulación visual a partir de la personificación de los elementos que participan en esa química, primero como performance, luego como película.
Toda la obra está trabajada alrededor de una sensación que fluye, que se desliza. Pero esa suavidad que se desborda entre los ojos, esa humedad que parece por momentos ser de otra especie, es del reino de lo humano. Está organizada sobre estructuras que sin ser exactamente esqueletos cumplen con la función de “huesos”, es un obraje que esconde anatomías elaboradas en el tiempo y espacio de lo humano, que cuando las volvemos a mirar entendemos de cierta forma su magia: son estructuras calcarias, óseas o marinas, con vestimentas que en lugar de cubrir permiten ver el interior de la criatura que las lleva. Son seres expuestos. La columna que los sostiene tiene forma de hilo rojo, de flor, de paja, de hueso, de río vertical, de médula espinal.
Cada pieza evoluciona dentro de su propia lógica sensible, funciona como una manualidad que trabaja sobre el tiempo. Por un lado, obran los materiales: las telas, las fibras, los cortes, las costuras, la confección que ella elabora con sus manos. Por otro lado, está el trajín del presente, es decir del movimiento ritual que aparece en la acción de bailarines y actores que participan en el performance o en la película, que es una forma del movimiento que ya no es humana, que está por fuera del registro, simula la lentitud o la velocidad de animales o de figuras sagradas y míticas.
La obra de Chloé encuentra en lo local una fuente de ritualidad. En Tatsuno (Japón), su investigación indaga sobre las poses de los oni, ogros divinos que acechan la fantasía de los japoneses desde la Edad Media, y que con el tiempo se han convertido en yōkai (criaturas). Oni baba es la representación de un ogro antiguo escondido en la apariencia de una anciana, que proviene de la historia trágica de una mujer que pierde a su hija, es una gigante y tiene la boca grande. La melena desgreñada que la caracteriza en la mitología japonesa no aparece en la obra de Chloé. En su lugar muchas fibras son peinadas y cuidadas por la artista, sintéticas y naturales. El signo del monstruo cambia al lavar, ordenar y cepillar los hilos que salen de la entraña del San Pedro, o los montones de pelo que se forman de la paja en el páramo de Santa Ana del Pedregal (Cotopaxi, Ecuador). Las trenzas se organizan como columnas, de nuevo, como estructuras que contestan la verticalidad y hacen referencia a formas de discriminación provenientes de otro tiempo en el que una vieja mujer podía ser un presagio temible, primero en la mitología como una sospecha de los extranjeros y luego en actualidad como un residuo patriarcal.
El hilo, la paja y la espina, son materia de un camino que organiza una obra de naturaleza anatómica que se aleja de la dicotomía entre huesos y órganos trabados en una lucha entre la estructura y el deseo. Es más bien una obra que muestra que en la disección de un corte operado en la estructura, como muestran las formas vegetales que adquiere la espina dorsal en corte transversal, se abre un mundo que tiene otras escalas mayores y menores a lo humano, en el que las plantas son móviles y migran, y dejan aparecer reinos primigenios en el ropaje del presente.
Ana Rodríguez
Curadora
2025