Enrique Vásconez
15 de FEBRERO – 9 de MARZO 2024
«Mi sintomatología se resume en que me atrae todo lo defectuoso, imperfecto, roto. Me interesan las formas amorfas, los errores de la obra de la Creación, los callejones sin salida. Aquello que por una u otra razón se ha quedado a medio camino en su desarrollo o que, por el contrario, ha excedido los límites de lo previsto. […] No me interesan los acontecimientos repetibles, esos que tan atentamente sigue la estadística y que todo el mundo celebra con una sonrisa feliz y familiar en los labios. Siento debilidad por la teratología y los monstruos»
Los errantes, Olga Tokarczuk.
Sobre la cerámica: Enrique dice que son imágenes del inconsciente, que aparecen en su pensamiento y él las dibuja. Luego las modela en cerámica, y las hornea a 1300 grados. Las pieles con manchas y sus esmaltes, algunos brillantes, son parte del atuendo. Para él, son formas del mundo vegetal y animal que llevan consigo la violencia de la naturaleza, no son bondadosas ni idealizadas. Son antiguas, primitivas y visionarias porque dejan ver el paso del tiempo. La mayoría de ellas tienen en común sus dientes afilados. Están en el borde de todo, se salen de las clasificaciones, son fragmentarias, hermosas, oscuras, despiadadas y tiernas. Hablan, rugen, gimen, dicen muchas cosas que ya sabemos, que los ríos se secan, que hay monstruos gigantes que atacan a otros para ser más grandes. Que hay monstruos chicos que muerden la cola de los grandes y otros que les temen. Estos últimos son muy pocos,
la mayoría tienen dientes afilados. Las peleas entre ellos son como danzas, a veces hacen nacer nuevos monstruos, todavía más tiernos que los anteriores, y a veces son descarnadas. Se matan. Hablan de la guerra, de la enfermedad, de lo irreversible de la sequedad del mundo, de lo incontenible de la belleza. Hablan de su vida, de sus manos, de su voz dulce, de su infancia en un jardín grande. Cada monstruo es un mundo y un grupo de monstruos es como una constelación. Esto no es teratología, es pura especulación sensible hecha de un barro espeso que modela personajes que vienen de futuro para dejarnos respirar un poco más. El hombre caído es mi enfermedad, dice Enrique. “Tiene nubes blancas que salen por los agujeros. Se vacía y respira. Es también la guerra, los caídos, Gaza. Es una forma de expiar, pero sobre todo de decir”. Me parece que es una forma de armar frases sobre lo que hasta hace unos pocos meses era indecible, la enfermedad, el tanque de oxígeno, el tratamiento. Es palabra nueva hecha de barro, modelada por las manos.
Sobre la cerámica. “Yo busqué desarrollar un lenguaje propio”. Aunque me sorprenden estos monstruos, también me parecen familiares, no por una taxonomía biológica, sino por lo que dicen de sí mismos, de su propia mitología. “Al inicio busqué mucho en los materiales, cuando encontré la cerámica fue importante. Luego busqué mucho en los libros, en las imágenes de piezas precolombinas. Copié mucho, buscando. Y luego me di cuenta de que estaba perfeccionando un lenguaje que era mío”. La cerámica es la materia más antigua con la que se organiza un lenguaje, sobre todo cuando hemos decidido sonreír y esperar todavía un poco para poder hablar.
Sobre la muerte. “Estuve trabajando sobre la muerte, hice un altar. Pero luego llegó el miedo y lo desmonté. En un momento pensé que ya me iba, pero ahora no, todavía no. Cuando estaba trabajando sobre la muerte, pensaba en todas las creencias que hay. La mayoría cree que hay algo más después de morir. Seguro que hay algo no puede ser solamente nada. Pero en realidad lo que me atemorizaba era una historia sobre alguien que se quedaba atrapado en la sombra de un poste por la eternidad”.
Sobre la infancia. “A veces creo que mi vida y mi obra han tenido el propósito de permitirme seguir siendo un niño. Hubo un momento de mi infancia que fue maravilloso. Con mi familia y mis hermanos en un jardín grandote”.
Conversaciones entre Enrique Vásconez y Ana Rodríguez